Archivo de la categoría: Historia de Teziutlán

A veces pasa que, al caminar por las calles de Teziutlán, nos llegan aromas exquisitos, inconfundibles. Provenientes de fondas, restaurantes y puestecitos de antojitos. Teziutlán y su región son «especialmente selectos» en cuanto a la gastronomía se refiere. Para ello nos diferenciamos ampliamente con los antojitos que se preparan en la CDMX y Puebla. Muchos de ellos son de origen oaxaqueño. Pero la zona Norte de Puebla, tuvo la suerte de ser la cuna de la comida serrana de gran variedad y sabor. Los tlayoyos, las quesadillas de flor de calabaza, las gorditas y las chalupas son una variante muy contrastante con las versiones del centro del País. De los platillos típicos de esta región están; el «chilpozonte» con carne de puerco y verduras, flor de palmo con huevo, chilatole con calabacitas, bolitas de masa, queso y carne (pollo o cerdo) y para culminar; quelites encebollados con quesillo y rajas.…

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Por Ignacio Machorro.Parte 1 de 2. Albores del Siglo XX. La llovizna pertinaz había hecho que las calles se cubrieran de un fango viscoso, verdadera amenaza para los transeúntes despreocupados que se veía en peligro de caer; el enlodado de las aceras se cubría de una fina alfombra verde que la humedad esparcía con prodigalidad.Llueve, llueve sin cesar y el agua transparente y delicada cae suavemente sobre la tierra, con dulzura, besándola amorosamente, sin violencias, frágil, tenuemente. La neblina como sutil y fina gasa, envueleve a la ciudad dándole el aspecto de un mar de espuma. El temporal lleva trazas de no ceder y el viejo proloquio de que el año teziuteco se compone de: «Tres meses de niebla, tres meses de lluvia, tres meses de lodo y tres meses de todo», se hace realidad. La inclemencia del tiempo va en aumento, impidiendo a la gente salir de sus casas,…

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La XEFJ fue la estación radiofónica más antigua de Teziutlán, aunque no la primera. Desde sus inicios ha estado dirigida al pueblo, por lo que tal pueblo la considera suya. 1952 marcó el año de su debut y uno de los locutores fundadores y poseedor de una gran voz fue Efrén Martínez de Íta. Nacido el 15 de septiembre de 1925, De Íta fue un hombre culto que había realizado estudios de Teología en el Seminario Mayor de Teziutlán, hoy de la Inmaculada, y del cual también fue uno de los seminaristas fundadores, junto con el Padre Hilario Hernández, Pbro. Arturo Jiménez, el Padre Chanito, Padre Lizardi, entre otros. Recibió su licencia para ejercer locución categoría ¨B¨ el 12 de diciembre de 1954. Él, junto con Don Pepe De la Vega y otros más, forman parte de la leyenda creadora de una de las estaciones más antiguas no sólo de…

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¿Cuánta gente y cuántos comercios han desaparecido ya? Aún hoy, al caminar por sus calles, nos parece deleitarnos con sus olores y sabores, algunos de los cuales solo nos queda un dejo en la memoria visual y la del paladar, como aquellos deliciosos e inigualables tacos al carbón que preparaba Don Flú (¿lo recuerdan?), de una exquisitez única y cuya receta se mantuvo siempre en secreto. Su local, de piso de tierra e interior sombrío y verdoso, estaba en la Avenida Hidalgo, pegado a lo que hoy es Deportes Leo, también de gran tradición teziuteca. Más abajo, la inolvidable dulcería Lupita y enfrente, en las afueras de lo que fue Olé Olé y Maxi, los tan añorados churros rellenos de Rodo, que despedían un olor embriagante que, de manera extraña, nos recordaba a la Feria Teziuteca de agosto. Al seguir bajando, era inevitable no detenerse a curiosear en los aparadores…

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Rubén Marín (1910 – 1980) escribió una hermosa novela ambientada en Teziutlán: Los Otros Días, apuntes de un médico de pueblo. En esta hace minucioso detalle sobre algunos personajes, calles y casas que en esa época brillaban de esplendor y vida destacando, entre otras, la llamada por él mismo Casa del Poeta. Su hija Josefina Marín de Murgasz, quien nos dijo que, según recordaba, era un caserón muy bonito ubicado en el centro, con jardines esplendorosos y patios espaciosos, con fuentes de agua y escalinatas por doquier para acceder a las numerosas habitaciones que tenía la Casa del Poeta que tanto recordaba su padre. «…Hace años. Poco tenía yo de instalado en el lugar cuando conocí La Casa del Poeta. La Casa del Poeta era, propiamente, una casa mía. Quiero explicarme. Yo no supe si la tal casa la vivía un poeta de veras o no, ni procuré indagarlo. Mejor…

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Mañana de diciembre clara, azul y hermosa que interrumpían sendos y rudos golpes. Se oían con un dejo de profundidad. Penetraban en mí, hacían eco e iban extinguiéndose lentamente. Desde lejos miraba a un grupo de hombres que en medio del pequeño zócalo de mi pueblo derrumbaban el viejo quiosco. En su lugar se levantaría otro que estuviera de acuerdo con las modernas construcciones de la época. Eran éstos otros tiempos. Tiempos nuevos. De los pasados se iban borrando las huellas. Se echaba por tierra lo que no servía; el viejo quiosco era un adefesio ante el nuevo y soberbio palacio municipal que se levantaba con otros edificios magníficos. Desprendieron la placa conmemorativa de la fecha de construcción, con el nombre de don Manuel Hidalgo Hinojar que, siendo Jefe Político de entonces, lo inauguró. Hubiera querido preguntar, buscar, volver a ver, la veleta que remataba aquel viejo quiosco. ¡Me gustaba…

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Relataban los abuelos que años antes del movimiento revolucionario de 1910, cuando las calles teziutecas exhalaban el aroma de la fruta que abundaba en las fincas, de las tejas mojadas y de las macetas de barro que adornaban los balcones con herraje, los moradores, asombrados, presenciaban el paso airoso de un niño de bucles de oro, muy hermoso, con aspecto de príncipe, que vestía trajes de terciopelo con cuello blanco, inmaculado y de encaje, con zapatillas de charol y hebillas de plata, quien era acompañado, durante las mañanas nebulosas y frías, por un hombre de edad avanzada, su sirviente, cuyas grandes patillas y sombrero singular cautivaban la atención. Niño elegante aquél, que el viejo asistente acompañaba hasta el colegio Liceo Teziuteco,a alguna casa o el templo y que contrastaba con los hombres y mujeres de gran refinamiento que vestían de acuerdo con las modas porfirianas y parisinas, y con los…

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Los exámenes se efectuaban en los primeros días de diciembre, pero, durante casi todo noviembre, una vez que pasaban las fiestas de Difuntos y Todos Santos, nos ocupábamos de los preparativos necesarios, ya que se trataba de pruebas bastante duras y como los alumnos del Liceo Teziuteco teníamos cierta fama de estudiosos y aprovechados, era necesario sostenerla y acrecentarla. Así, pues, dejábamos los juegos y las excursiones y nos dedicábamos a repasar lecciones, a hacer los trabajos que habríamos de presentar y a prepararnos, en fin, para no hacer un mal papel. Tanto el director del plantel como sus ayudantes; los profesores Enrique Rodríguez, que tenía también a su cargo la clase de inglés; Tránsito Gallo, encargado del curso medio; Eulalio Rodríguez, maestro de música y canto, nos ayudaban cuanto podían, de tal manera que, al efectuarse el solemne acto, quien más, quien menos, nos hallábamos en condiciones de afrontar…

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Esa mañana nació llena de luz, de una luz que daba a las cosas una claridad de detalle un poco cruda.Fui bajando por la calle poco a poco. En el umbral de una puerta una mujer tenía entre su regazo a una niña. La criatura estaba hincada y colocaba sus pequeñas manos en las rodillas de la mujerona, mientras esta la despiojaba sosegadamente. Unos perros se acometían gruñendo y de la casa brotaba un aroma a hervor de frijoles.Adelante, sentado en la puerta de su casa también, un zapatero, un viejo zapatero que sufría de cólicos biliares.Luego había unas cercas de izotes y geranios prendidos en la ramazón. Pasó una marchantita liada en su chal negro, que llevaba a su espalda una gran canasto de verduras. Unos muchachos entre gritos y carreras, empinaban un papalote. Bajando la calle se llega a una esquina. Por aquí se escurre culebreando el camino…

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Tamiro Miceneo, entre los Árcades Romanos.Segunda y última parte. Aromático, el café era servido en delicadas tazas de porcelana, mientras los bizcochos recién horneados permanecían en charolas que reposaban en el centro de la mesa, donde ellos, Federico Escobedo y sus amigos -algunas familias teziutecas-, compartían la cena. Solían consumir las horas nocturnas en gratas tertulias en las que recordaban, unos, la infancia consumida en terruños distantes, y otros, en tanto, los días más cruentos del movimiento revolucionario, cuando temerosos se ocultaban en los sótanos de sus casas o huían a sitios de difícil acceso. Dormía, entonces, el Chignautla abrupto con sus nueve manantiales tras la cortina de neblina que le separaba del caserío teziuteco; sin embargo, algún rincón del Santuario del Carmen o una de las casas de los amigos se convertían en pequeño mundo, en refugio de noctámbulos, en comedor para deleitar los paladares y en sala de…

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