Los exámenes se efectuaban en los primeros días de diciembre, pero, durante casi todo noviembre, una vez que pasaban las fiestas de Difuntos y Todos Santos, nos ocupábamos de los preparativos necesarios, ya que se trataba de pruebas bastante duras y como los alumnos del Liceo Teziuteco teníamos cierta fama de estudiosos y aprovechados, era necesario sostenerla y acrecentarla.
Así, pues, dejábamos los juegos y las excursiones y nos dedicábamos a repasar lecciones, a hacer los trabajos que habríamos de presentar y a prepararnos, en fin, para no hacer un mal papel.
Tanto el director del plantel como sus ayudantes; los profesores Enrique Rodríguez, que tenía también a su cargo la clase de inglés; Tránsito Gallo, encargado del curso medio; Eulalio Rodríguez, maestro de música y canto, nos ayudaban cuanto podían, de tal manera que, al efectuarse el solemne acto, quien más, quien menos, nos hallábamos en condiciones de afrontar cuanto pudiera venir.
Se enviaban los avisos correspondientes a las Autoridades, que se apresuraban a designar el jurado calificador, integrado por el director de la Escuela Principal del Municipio, profesor Antonio Grajales, a quien acompañaba otro de los maestros oficiales, don Longinos Méndez, o alguno de los funcionarios del H. Ayuntamiento. Se invitaba a los familiares de los alumnos y a las personas más connotadas de la ciudad, se arreglaba el salón y durante tres o cuatro días se llevaba a cabo una completa revisión de nuestros conocimientos, lo que nos permitiría continuar los estudios un año más alto u obtener el certificado de haber terminado la instrucción primaria, que abriría las puertas de una escuela superior, del Colegio Militar o de alguna casa de comercio, pues había no pocos muchachos que desde luego principiaban a trabajar, bien en los almacenes de don Manuel Zorrilla, en la casa de los Tapia, con don Isidro Ramos, en las oficinas del Timbre o de Correos, o bien en alguna de las grandes haciendas no muy lejanas de Teziutlán, como las del Jobo, Cedro Viejo (donde estuvieron los Ávila Camacho), Perseverancia, etc.
Otros alumnos, como los Levet, que habían venido de San Rafael; o como los Pumarino y los Hebrard, de Jicaltepec; o de Misantla, como los Lavalle; o los Casazza, de Martínez de la Torre y otros lugares, regresaban a trabajar en sus propios ranchos o establecimientos comerciales, aptos ya para hacerse cargo de la correspondencia y la teneduría de libros. Algunos, como ya digo, fueron a escuelas superiores o a la militar, como Guillermo Viñals León, y unos cuantos emprendían viaje para ingresar en algún instituto de los Estados Unidos, como Rafael y Máximo García; o como Luis Viñals León, alumnos que se distinguieron en el extranjero tanto como en Teziutlán.
Pero en los exámenes era donde se apreciaba ciertamente el aprovechamiento o adelanto de los alumnos del Liceo Teziuteco. Ocurría no pocas veces que alguno de los sinodales designados por el Ayuntamiento era profesor de alguna escuela rival y llegaba entonces al acto con premeditada intención de reprobar al alumno. Pocas veces sucedía que pudiera lograrse ya no la reprobación del examinado, sino que éste obtuviera calificaciones bajas, pues no en vano nos habíamos pasado el año estudiando efectivamente y nos habíamos preparado, también con toda intención, para las más duras pruebas.
El salón se llenaba casi por completo y, generalmente, de señoras, pues encontrándose los padres de los alumnos ocupados en sus labores, tocaba a las madres darse cuenta de los progresos y del lucimiento de sus hijos que, con todo ese público en torno, teníamos que responder a las preguntas de sinodales y profesores, resolver problemas en el pizarrón e ir mostrando a los asistentes, uno a uno, los cuadernos con nuestros dibujos y nuestras caligrafías.
Comenzaban los pequeños, que formaban el curso inferior; seguían los medianos y terminaban los del curso superior que, naturalmente, eran los que obtenían los mejores éxitos y casi diré que los aplausos de la concurrencia. Terminaban los exámenes con recitaciones, música y coros, sin faltar el Himno Nacional que todos cantábamos lo mejor posible.
Al día siguiente principiaban las vacaciones, que duraban escasamente el mes de diciembre.
La mayor parte de los alumnos internos se iban de la ciudad: a Zacapoaxtla, a San Juan de los Llanos, a Tlatlauqui, a Papantla, Jicaltepec, etc.; unos para no volver más y otros para regresar a mediados de enero o principios de febrero del siguiente año.
Los que quedábamos en Teziutlán organizábamos excursiones, paseos, visitas a tal o cual lugar, o nos resignábamos a no volver tampoco al Colegio, pues nos comenzábamos a ganar la vida o ayudábamos a nuestras familias.
Pero todos recordábamos siempre y seguiremos recordando esos exámenes en el Liceo Teziuteco, acto de trascendencia que nos iba transformando, año tras año, del niño en hombre al abrirnos, a veces con demasiada dureza, el camino hacia la realidad de la vida.
Fuente: Augusto Audirac, Historia de un Colegio.
Imagen arriba:
La fotografía muestra a un grupo de alumnos del Liceo Teziuteco en una excursión que el profesor Antonio Audirac organizó a sus huertas de la Quinta Francia. Circa 1922.
Fotos: Colección Privada.
Muchas Gracias por leer esta Historia que la Niebla se llevó.
Agradecemos el apoyo que le han brindado a este proyecto histórico. Cada día investigamos esos pasajes que la historia nos quiere ocultar y los volvemos a recordar.