
Rubén Marín (1910 – 1980) escribió una hermosa novela ambientada en Teziutlán: Los Otros Días, apuntes de un médico de pueblo. En esta hace minucioso detalle sobre algunos personajes, calles y casas que en esa época brillaban de esplendor y vida destacando, entre otras, la llamada por él mismo Casa del Poeta.
Su hija Josefina Marín de Murgasz, quien nos dijo que, según recordaba, era un caserón muy bonito ubicado en el centro, con jardines esplendorosos y patios espaciosos, con fuentes de agua y escalinatas por doquier para acceder a las numerosas habitaciones que tenía la Casa del Poeta que tanto recordaba su padre.
«…Hace años. Poco tenía yo de instalado en el lugar cuando conocí La Casa del Poeta. La Casa del Poeta era, propiamente, una casa mía. Quiero explicarme. Yo no supe si la tal casa la vivía un poeta de veras o no, ni procuré indagarlo. Mejor dicho, evité saberlo. Para mí, aquella casa debía ser, necesitaba ser la casa de un poeta, y sin más, yo lo instalé en ella al artificio de mi imaginación, que al cabo al imaginar nada se le veda. (…). Dentro había tibieza. Por los cristales de las puertas se miraba, afuera, el menudo llorar de la lluvia o la lechosa palidez de la niebla. Había unos grandes aparatos de carrizo, como basquiñas, donde ponían a secar la ropa al amor de braseros que les colocaban debajo, y en ausencia de sol, que solía ahuyentarse una semana, o dos, o más. Los niños se adormecían en la tarde, aburridos y gustando la mortecina dulzura del tedio. De pronto caía de la parroquia la primera, grande y sola campanada del rezo y se oía en la estancia el apresurado sonar de las rodillas. A aquellos niños más adormilados, un ligero pescozón los ponía de vigilia y de hinojos.

«…Se iban encendiendo las velas y los quinqués. En el comedor de la servidumbre se ofrecía la cena, una cena grande y vasta para todos, para cualquiera. Entraban los dependientes fumando, entraban los arrieros tosiendo, con su lustrosa manga de hule, con el prestigio de las gentes que vienen de lejos, con harto sol en el sombrero y lodo de la costa en los pies. Cena para los niños, cena para los hombres. Cena, al último, para las mujeres.
«…Se empezó, desde luego, con la construcción del hogar. (…). Y él quiso hacer una casa para asiento de su familia, con dos patios y todos los refinamientos que a ella le vinieran en gana. Él estaba, lo dijo siempre, para satisfacer los caprichos de su mujer. Fue un ingeniero de México y un arquitecto belga quienes entre ambos alzaron esa casa ancha y vasta, enteriza, noble, que fue después, en mis días, La Casa del Poeta. «
«…era una gran casa, con sus dos patios, su fuente, su ringlera de habitaciones, su capilla, sus cocinas y todos sus anexos. « …Continuará…
Fuente: Memoria popular
Fotografías: Colección Privada.
Muchas Gracias por leer esta Historia que la Niebla se llevó.
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