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La XEFJ fue la estación radiofónica más antigua de Teziutlán, aunque no la primera. Desde sus inicios ha estado dirigida al pueblo, por lo que tal pueblo la considera suya. 1952 marcó el año de su debut y uno de los locutores fundadores y poseedor de una gran voz fue Efrén Martínez de Íta. Nacido el 15 de septiembre de 1925, De Íta fue un hombre culto que había realizado estudios de Teología en el Seminario Mayor de Teziutlán, hoy de la Inmaculada, y del cual también fue uno de los seminaristas fundadores, junto con el Padre Hilario Hernández, Pbro. Arturo Jiménez, el Padre Chanito, Padre Lizardi, entre otros. Recibió su licencia para ejercer locución categoría ¨B¨ el 12 de diciembre de 1954. Él, junto con Don Pepe De la Vega y otros más, forman parte de la leyenda creadora de una de las estaciones más antiguas no sólo de…

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¿El nombre? No importa; o quizá ni lo tenía. Llegó a la ciudad sin conocer a nadie y hurañamente se escondió en una casita, a unas cuantas cuadras de la Administración Principal del Timbre, donde tenía su trabajo. Lo mismo en invierno que en verano, hiciera frío o calor, lloviera o tronara, usaba un viejo abrigo; el cuello subido a la altura de las orejas y el sombrero encasquetado hasta las mismas. Con puntualidad rigurosa salía de su casa recorriendo siempre el mismo tramo, con paso menudito, sin prestar atención a nadie, ansioso en su timidez de llegar cuanto antes a su destino. Pero no escapó a las burlas y sarcasmos de las Pardo, las siete hermanas famosas en Teziutlán por su inmaculada soltería y temidas por sus malas lenguas.En cuanto lo veían venir, asomadas todas al balcón y precisamente cuando pasaba debajo de este, gritaban a coro: – ¡El…

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Al negrito Jacobo rara vez se le veía por las calles de Teziutlán. Había sentado sus reales en unas piedras amontonadas cerca de un rincón del mercado, sobre las que se instalaba para vender su mercancía a los indígenas de la región. El negocio no podía ser más productivo si se tiene en cuenta que el único capital que aportaba era la paciencia, sin la cual la quiebra habría sido irremediable. Todo lo que tenía que hacer era esperar a que le creciera el cabello y con eso se acababan sus preocupaciones económicas. El dinero entraba en sus bolsillos como en las arcas de la Tesorería en época de inflación. Sin embargo, a veces la pasaba »pintas», a pesar de que difícilmente podía haber superproducción de cabello de negro, porque la demanda era constante y la oferta necesariamente limitada. Entonces el humor de Jacobo se ponía a tono con su…

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¿Cuánta gente y cuántos comercios han desaparecido ya? Aún hoy, al caminar por sus calles, nos parece deleitarnos con sus olores y sabores, algunos de los cuales solo nos queda un dejo en la memoria visual y la del paladar, como aquellos deliciosos e inigualables tacos al carbón que preparaba Don Flú (¿lo recuerdan?), de una exquisitez única y cuya receta se mantuvo siempre en secreto. Su local, de piso de tierra e interior sombrío y verdoso, estaba en la Avenida Hidalgo, pegado a lo que hoy es Deportes Leo, también de gran tradición teziuteca. Más abajo, la inolvidable dulcería Lupita y enfrente, en las afueras de lo que fue Olé Olé y Maxi, los tan añorados churros rellenos de Rodo, que despedían un olor embriagante que, de manera extraña, nos recordaba a la Feria Teziuteca de agosto. Al seguir bajando, era inevitable no detenerse a curiosear en los aparadores…

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Rubén Marín (1910 – 1980) escribió una hermosa novela ambientada en Teziutlán: Los Otros Días, apuntes de un médico de pueblo. En esta hace minucioso detalle sobre algunos personajes, calles y casas que en esa época brillaban de esplendor y vida destacando, entre otras, la llamada por él mismo Casa del Poeta. Su hija Josefina Marín de Murgasz, quien nos dijo que, según recordaba, era un caserón muy bonito ubicado en el centro, con jardines esplendorosos y patios espaciosos, con fuentes de agua y escalinatas por doquier para acceder a las numerosas habitaciones que tenía la Casa del Poeta que tanto recordaba su padre. «…Hace años. Poco tenía yo de instalado en el lugar cuando conocí La Casa del Poeta. La Casa del Poeta era, propiamente, una casa mía. Quiero explicarme. Yo no supe si la tal casa la vivía un poeta de veras o no, ni procuré indagarlo. Mejor…

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En 1971 se estrenaba en los cines de todo México; Santo y el Águila Real del director Alfredo B. Crevenna y con el reparto de actores y actrices Santo, Irma Serrano, Jorge Lavat, Juan Gallardo, Dacia González, Mario García ‘Harapos’, Carlos León, Inés Murillo, Guillermo Gálvez, Fernando Osés, Jorge Patiño, Soledad Acosta, Domenico Bazán, Carlos Suárez. La trama cuenta de cómo la rica hacendada La Tigresa sufre varios atentados y pide ayuda a Santo. Los atentados siguen pero Santo la protege y ella se enamora de él.  Las películas de luchadores marcaron un hito en el cine nacional de aquellos años, estrenándose en varias partes de Hispanoamérica, Europa y Asia. Hoy, gracias una empresa de Streaming por suscripción, nos han permitido colocar aquí un incrustado de su plataforma (de pago) para poder verla. En la cinta se pueden apreciar el Atrio de Catedral con sus danzantes y las famosas escaleras del recinto ferial de aquello años, filmada justo en la feria de nuestro…

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Mañana de diciembre clara, azul y hermosa que interrumpían sendos y rudos golpes. Se oían con un dejo de profundidad. Penetraban en mí, hacían eco e iban extinguiéndose lentamente. Desde lejos miraba a un grupo de hombres que en medio del pequeño zócalo de mi pueblo derrumbaban el viejo quiosco. En su lugar se levantaría otro que estuviera de acuerdo con las modernas construcciones de la época. Eran éstos otros tiempos. Tiempos nuevos. De los pasados se iban borrando las huellas. Se echaba por tierra lo que no servía; el viejo quiosco era un adefesio ante el nuevo y soberbio palacio municipal que se levantaba con otros edificios magníficos. Desprendieron la placa conmemorativa de la fecha de construcción, con el nombre de don Manuel Hidalgo Hinojar que, siendo Jefe Político de entonces, lo inauguró. Hubiera querido preguntar, buscar, volver a ver, la veleta que remataba aquel viejo quiosco. ¡Me gustaba…

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Los exámenes se efectuaban en los primeros días de diciembre, pero, durante casi todo noviembre, una vez que pasaban las fiestas de Difuntos y Todos Santos, nos ocupábamos de los preparativos necesarios, ya que se trataba de pruebas bastante duras y como los alumnos del Liceo Teziuteco teníamos cierta fama de estudiosos y aprovechados, era necesario sostenerla y acrecentarla. Así, pues, dejábamos los juegos y las excursiones y nos dedicábamos a repasar lecciones, a hacer los trabajos que habríamos de presentar y a prepararnos, en fin, para no hacer un mal papel. Tanto el director del plantel como sus ayudantes; los profesores Enrique Rodríguez, que tenía también a su cargo la clase de inglés; Tránsito Gallo, encargado del curso medio; Eulalio Rodríguez, maestro de música y canto, nos ayudaban cuanto podían, de tal manera que, al efectuarse el solemne acto, quien más, quien menos, nos hallábamos en condiciones de afrontar…

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Esa mañana nació llena de luz, de una luz que daba a las cosas una claridad de detalle un poco cruda.Fui bajando por la calle poco a poco. En el umbral de una puerta una mujer tenía entre su regazo a una niña. La criatura estaba hincada y colocaba sus pequeñas manos en las rodillas de la mujerona, mientras esta la despiojaba sosegadamente. Unos perros se acometían gruñendo y de la casa brotaba un aroma a hervor de frijoles.Adelante, sentado en la puerta de su casa también, un zapatero, un viejo zapatero que sufría de cólicos biliares.Luego había unas cercas de izotes y geranios prendidos en la ramazón. Pasó una marchantita liada en su chal negro, que llevaba a su espalda una gran canasto de verduras. Unos muchachos entre gritos y carreras, empinaban un papalote. Bajando la calle se llega a una esquina. Por aquí se escurre culebreando el camino…

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¡Agàrrense que ahì viene la rabia! ¡Chùn! ¡Chùn! ¡Chùnfarafafa, chùnfarafafa! ¡La rabia! Como alimañas atrapadas nos brincaba todo cuanto tenìamos dentro del cuerpo al estallar bajo nuestros balcones los estornudos metàlicos que, acompañados de grandes alaridos arrojados por la cauda de chiquillos que la seguìa repartiendo los programas, lanzaba la banda de mùsica, a la cual habìa bautizado mi hermano mayor con ese nombre (La Rabia). A la gente grande acaso la dejara indiferente esa murga que recorrìa las calles – sin la cual difìcilmente se sabìa si habrìa o no funciòn -; pero a los niños nos producìa un entusiasmo tal, que no podìamos tenernos quietos en las sillas que rodeaban la gran mesa del comedor. -¿Vamos al Teatro? -.Hoy no, hasta el domingo. Siempre la misma pregunta y siempre la misma respuesta. Pero eso sì, el domingo nos despachaban muy peripuestos casi al terminar la comida del mediodìa:…

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