Por Ignacio Machorro.
Parte 1 de 2.
Albores del Siglo XX.
La llovizna pertinaz había hecho que las calles se cubrieran de un fango viscoso, verdadera amenaza para los transeúntes despreocupados que se veía en peligro de caer; el enlodado de las aceras se cubría de una fina alfombra verde que la humedad esparcía con prodigalidad.
Llueve, llueve sin cesar y el agua transparente y delicada cae suavemente sobre la tierra, con dulzura, besándola amorosamente, sin violencias, frágil, tenuemente. La neblina como sutil y fina gasa, envueleve a la ciudad dándole el aspecto de un mar de espuma. El temporal lleva trazas de no ceder y el viejo proloquio de que el año teziuteco se compone de: «Tres meses de niebla, tres meses de lluvia, tres meses de lodo y tres meses de todo», se hace realidad. La inclemencia del tiempo va en aumento, impidiendo a la gente salir de sus casas, y solo quienes tienen urgente necesidad de hacerlo, abandonan sus domicilios, protegiéndose del intenso frío con toda clase de ropas de abrigo; las calles solitarias se hunden en la melancolía de unos días que abruman. La baja temperatura convierte a la sutil lluvia en plumones de nieve.
¿Cuán bella se presenta la ciudad dormida, envuelta por la nieve que materialmente cubre las rúas1 desiertas y desciende por los aleros de las casas fingiendo bellas estalactitas que en caprichosas figuras van extendiéndose como los «encajes de bolillo» que en todos los hogares teziutecos como industria o como adorno, elaboran las lindas mujeres serranas con tal maestría que Flandes se sentiría orgulloso de esa producción.
Se ha iniciado con el nuevo año el SIGLO XX. El entusiasmo con que se recibió fue magno, no obtante la inclemencia del tiempo que en las postrimerías del siglo XIX se enseñoreó en toda la región, continuando así en los albores de 1900.
Por toda la ciudad circulaba la sensacional noticia de que en ese mes y tan pronto como levantara el tiempo, se colocaría la «primera piedra» para la Estación del Ferrocarril, pues ya era un hecho que con ese moderno medio de locomoción, quedaría unida la Ciudad de las Nieblas con la Capital de nuestro Estado.
Algún tiempo hacía que por incosteable la «diligencia»2 había sido suspendida, guardándose como una reliquia en el patio de una casa de la calle de Lerdo, frontera a la anchurosa plazoleta se servía de mercado los jueves y los domingos en que se verificaban los «tianguis», y adonde curiosos los chiquillos, al salir de la escuela, se apresuraban a admirar desde la calle, el viejo vehículo. Se contaba que uno de tantos días la diligencia ya no entró en la población como era la costumbre del cochero, que al restallar el látigo y de sus labios pecadores, fustigaba a los tiros de mulas recordándoles su progenie, entre el metálico ruido de las campanillas y chispazos que los cascos de las bestias arrancaban al empedrado tortuoso, por la desenfrenada carrera ante el asombro de los transeúntes que encontraban una diaria distracción en la llegada del ruidoso coche. El «Sota» pesaroso, de pie en el estribo, estaba contagiado de la «atonía»3 del conductor. Sabían que era el útimo viaje que se efectuaba, pues el concesionario del servicio, Don Laureano Cascos, al ver la incosteabilidad del negocio, les había manifestado que si continuaba escaseando el pasaje, se vería en penoso caso de suprimir los viajes, pues por un largo período llegaba y partía para Perote el vehículo casi vacío, porque por otra parte, sufría continuos accidentes que ponían en peligro la vida de los viajeros, resultando muy costosas las reparaciones, prefiriendo los viajeros hacer el camino a lomos de malos rocines4 o en unos artefactos que se denominaban «literas», especie de silla de manos, puesta entre dos mulas en fila, teniendo cubierta los ojos la que iba en la parte posterior, y yendo adelante del «armatoste» la que era la guía, vigiladas por los conductores o muleros, como les llamaba el público.
El solo anuncio de que pronto llegaría el Ferrocarril, llenó de alborozo a toda la población, pues estimó que esos incómodos viajes pronto terminarían y aunque sólo se hablaba de la colocación de la primera piedra del edificio dedicado a la estación, en toda la Perla de la Sierra se desbordó el entusiasmo, estimándose que pronto ese medio de transporte quedaría definitivamente al servicio de la risueña ciudad.
Fin de la primera parte
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Fuentes: Apuntes Históricos y Geográficos. Luis Audirac | México | 1959
Fotografías: Facebook: Teziutlán Desconocido | Facebook: Teziutlán Antigüo
Vocabulario:
1.- Calles
2.-Era la diligencia que hacía los viajes rumbo a Altotonga, Perote y Puebla.
3.- Falta de voluntad o energía para hacer cosas o para reaccionar física o moralmente ante algo.
4.- Caballo de mala estampa y de poca alzada.