El Mácara.
En mis andanzas callejeras habìa conocido a aquel hombre, de quien sabìa le llamaban »El Màcara». Alto y delgado, medio trigueño; ojillos vivos como de tuza, escondidos debajo de cejas lampiñas y apretadas. Su rostro alargado estaba picado de viruela. Era tan hocicòn de la boca que se me figuraba como un caballo de esos con los que se juega ajedrez. El sombrero, caìdo de un lado, »gacho», como se dice, le daba el aspecto de un hombre maliciosamente distinto de los demàs, una especie de personaje de novela policìaca o de pelìcula misteriosa. Naturalmente que mi imaginaciòn lo situaba en el papel de hombre malo. Hasta nuestros conciliàbulos del colegio nos llegaban las noticias de que era hombre decidido, jugador y, como suelen señalar los vecinos caracterizados, sin oficio ni beneficio. Decìan que nunca faltaba en las cantinas y en la famosa »partida», que se abrìa en las fiestas…