Primera parte.
Al señor Canónigo Dr. don Federico Escobedo, miembro de la Real Academia Española de la Lengua y de la Mexicana dependiente de aquèlla; Tamiro Miceneo entre los Àrcades Romanos, distinguidìsimo humanista, gran literato, alto poeta, de origen guanajuatense y màs que todo ilustre y respetable amigo mìo, lo conocì en la redacciòn de la revista Cosmos, que se editaba en la Ciudad de Mèxico, en una vieja casona de las antiguas calles de la Misericordia.
Años despuès el Padre Escobedo, como lo conocìamos, fue a dar una visitada por mi pueblo de Teziutlàn y allà se quedò. Hizo acomodo en la capellanìa del hermoso Santuario del Carmen y en èl se consagrò en vida y alma a servir a la venerada Virgen del Carmelo.
Cuando me reintegrè a mi nativo solar, volvimos a encontrarnos el Padre y yo. Nuestra añeja amistad se fortaleciò con la vecindad inmediata. Solìamos visitarnos con frecuencia. Èramos dos viejos amigos. Gustaba de ir a buscarlo a su capellanìa: siempre tenìa algo sabroso que platicarme y sus veladas eran largas.
Asì conocì la correspondencia que el Padre guardaba con especial cariño. Cartas de Amado Nervo y Rubèn Darìo. Alguna vez me mostrò jubiloso una misiva recièn recibida de Ricardo Leòn.
Teziutlàn tenìa por gloria contar entre sus moradores a aquel hombre esencialmente bueno; era una fortuna para aquella tierra, casi siempre envuelta entre las nieblas, frecuentemente cantada por el gran poeta, haber sido elegida para escenario de su vida de virtud, de paz y bienaventuranza.
El Padre Escobedo soñaba y amaba, sin duda, a mi pueblo y yo lo comprobaba cada dìa. En las tardes, despuès de mi siestecilla, atravesaba de la capellanìa hacia el santuario para dirigir el rosario. Muchas veces le acompañè dàndole el brazo y escuchando su interminable charla y el ruido singular de la sotana, mientras la campana llamaba y llamaba. En lo alto de los cipreses se oìa el concierto vespertino de los gorriones. Me despedìa siempre con una sonrisa que aùn guardo en mi espìritu.
Pero vinieron dìas difìciles en la polìtica. Se suspendieron los cultos religiosos en las iglesias y solo sabìamos que se verificaban actos y ceremonias a escondidas de las autoridades municipales. Al principio se creyò que aquella situaciòn rìgida e inesperada no serìa de larga duraciòn, pero pasaban los meses y no habìa trazas de un entendimiento entre los altos dignatarios de la iglesia y el Gobierno de la Repùblica.
En una doble columna de 23 cuadratines de mi periòdico »El Regional», colaboraba mi amigo el Padre Escobedo y yo me sentìa ufano y orgulloso de contar en mi modestìsimo semanario con la colaboraciòn de tan preclaro hombre de letras. En el tiempo de la suspensiòn de cultos todo mundo ignoraba que el Padre Escobedo sufriera dìas amargos de pobreza. Yo, que le conocìa dentro de su honestìsima vida, permanecìa en expectativa, sin entender còmo podrìa sobrellevar con tanta dignidad y paciencia aquellos instantes para èl de prueba y desolaciòn.
Por eso, aquella mañana que llegò a mi redacciòn, no obstante que callaba, pude penetrar en su interior. Èl sonreìa como sonreìa siempre, pero yo estaba cierto de su intenso sufrimiento.
Me apresurè a proponerle un modesto negocio. En dìas pasados habìa llegado a Teziutlàn un importante hombre de empresas, propietario de juegos de caballitos, rueda de la fortuna, etc., y al disponer un anuncio en mi periòdico le habìa parecido poco lo que yo le cobraba por la inserciòn, en toda una plana, y me habìa pagado el doble del precio pedido. Esas cosas dan importancia a cualquier hombre.
El Padre escuchaba sin calcular a dònde dirigìa mi proposiciòn, pero lo interesante era solucionar la necesidad de dinero que el Padre tenìa, aùn cuando no me lo dijera. Y yo sentìa pena de ofrecerle contante y sonante mi ayuda por temor a que la rehusara. De esta suerte le propuse que èl escribiera un verso dedicado al dueño de los juegos y yo se lo llevarìa como obsequio de bienvenida.
Mi idea – por supuesto, no dicha a mi interlocutor – era hacer saber al empresario que ese verso valìa muchìsimo y que èl podìa conservarlo como un bello recuerdo. Era menester convencer a aquel señor que el Padre Escobedo era una eminencia, un gran hombre de Mèxico y el mundo.
La entrevista con el empresario fue cordialìsima. Por fortuna era hombre inteligente a la par que honorable caballero. Escuchò la minuciosa descripciòn y detalles sobre la personalidad del Padre Escobedo y la honra que èl recibirìa al poseer un verso original del cultìsimo presbìtero. Por eso, grande fue su sorpresa cuando puse en sus manos el verso sobre el cual habìa hecho ya tantos anticipados elogios.
Surgiò entonces lo que yo esperaba. el señor empresario me confiò sus temores. Deseaba obsequiar al Padre, correspondiendo a su gentileza, pero necesitaba que le dijera yo si no le causarìa un enojo al enviarle alguna cantidad en efectivo. Como este era precisamente el propòsito que por mi cuenta llevaba, no tardè en convencer al empresario y me ofrecì desde luego para ser portador del obsequio.
El señor empresario me entregò cien pesos en cinco aztecas de oro que tan pronto como estuve en la calle llevè casi volando a la casa de mi amigo. Al depositar las monedas en sus manos, me mirò asombrado y con una profunda emociòn en los ojos.
Ha pasado el tiempo y no puedo resistirme a reproducir aquel doblemente maravilloso verso, que resultò un acròstico y que publiquè en esa època en »El Regional». Dice:
H O M E N A J E
A plausos mil (cuando a su plaza llega)
D a Teziutlàn al huèsped, que bonitos
O bjetos de placer, sus caballitos
N otables le presenta, Samuel Vega.
S amuel, que a rudo trabajar se entrega,
A nsioso de que grandes y chiquitos
M ontando en sus corceles exquisitos
U tilizan la fuerza que les lega.
E lèctrico poder, gran energìa
L ate en estos artìsticos bridones
V ibrantes de valor y osadìa.
E n ellos de muy gratas impresiones
G ozarèis y de plàcida alegrìa,
A cudiendo de Vega a las funciones.
Teziutlàn, 7 de junio de 1928.
Federico Escobedo, Pbro.
Perdòn, querido Padre y amigo, por esta pequeña indiscreciòn, pero sentìa deseos de platicar esta simple aventurilla por la que me convertì en un hàbil vendedor de versos. Ojalà hubiera podido vender el suyo en muchos miles de pesos, pero para aquellos dìas no estuvo mala la transacciòn. Los dineros rindieron entonces su preciada utilidad; su poesìa, querido Padre, ha quedado para siempre.
Continuará…
Fuente: Luis Audirac. Me dijo el viento. 1949.
Fotos: Colección Privada.
Muchas Gracias por leer esta Historia que la Niebla se llevó.
Muchas gracias a todos por su apoyo en este gran proyecto llamado: Teziutlán Desconocido. Gracias a ustedes seguiremos indagando más de nuestra Historia.