En el diario ir y venir de nuestra vida, nos encontramos con experiencias únicas, momentos felices que se recuerdan con cariño y anhelo, esperando siempre volver al día o semana siguiente para volver a encontrarse con ese ambiente placentero. Dejamos a ustedes un relato de uno de tantos personajes, de los últimos que quedan, y que guardan un sinnúmero de anécdotas por contar.
Cada vez que pasaba por la Peluquería Apolo, ubicada en las esquinas de Cuauhtémoc y Lerdo de nuestra amada Perla de la Sierra me entretenía, como muchos, observando esos curiosos recortes de periódico sobre notas del espectáculo a los que, a manera de historieta , se les había colocado un texto escrito a mano que hacía alusión a algún chiste, sàtira o picardía a polìticos y artistas del cine y la televisiòn. Los cristales de ese establecimiento estaban forrados de viñetas amarillentas y carcomidas por la polilla, la mayoría provenientes de publicaciones muy antiguas y olvidadas. Su propietario y autor, Don Ramón Aguilar, era un tomo inagotable de anècdotas y recuerdos sobre muchos de ellos.
Siempre recargado en el umbral de aquella barbería olorosa a talco y agua de colonia, Don Ramón invitaba a menudo a la charla amena en su interior, donde dos viejas y oxidadas sillas de peluquero violáceas, rechinantes al menor peso que se posara sobre ellas, parchadas por aquí y por allà, aguardaban silenciosas la llegada de clientes inexistentes. Allí, rodeado de bellísimas fotografías antiguas de Teziutlán en blanco y negro que contrastaban con la brocha tuzada, la navaja de barbero y el asentador de filo de cuero desgastado y pelado en su mayorìa, iniciaba un monólogo exquisito y detallado sobre la gente popular teziuteca.
“Le decían El Bomba“ -comentaba-, “y era de ley verlo siempre en los desfiles, amenizándolos de una manera tan graciosa, que al día de hoy la gente todavía lo extraña.»
“Sí -continúa -, era muy borracho, pero inofensivo. No se metía con nadie. Aún me parece verlo encabezando los desfiles vestido de cura o haciendo con su boca un sonido parecido al silbato. Su final fue triste y cruel, pues lo mató un camión en las afueras de la XEFJ; èl dormía en la calle y el conductor no lo vió. Su cabeza quedó deshecha.“
Así como al Bomba, Don Ramón hacía mención de otros tantos, muchos de ellos ni siquiera los habìa oìdo mencionar: El Amador; el Siete Cobijas; el Cabezòn; el Coco; el Chita y sus arranques de agente de tránsito controlando la circulación vehicular; Doña Magos y sus riquísimos e inigualables antojitos y consomès de pollo con chiltepìn molido; Don Flavio y sus hazañas pugilísticas. Me hablaba sobre eternos pordioseros que rogaban caridad a todas horas en el atrio de Catedral o en esquinas cèntricas de la ciudad. Me hacía volar la imaginación al recordar a Doña Mode y sus inolvidables molotes, donde personalidades del medio artístico saciaron su hambre en alguna de sus visitas a la Feria, allá por los años sesentas y setentas. Era, como dije antes, un filón inacabable de historias sobre ellos, personajes populares teziutecos, endémicos seres que merecen nuestro respeto y nuestra ayuda como hermanos serranos.
Cuando el crepúsculo llegaba y era la hora de despedirse, nos estrechábamos la mano y nos prometíamos una futura reunión, siempre acompañada de un buen toronjil, de esos buenos pa’l pulmón, y de algún otro visitante, cuya intromisión a la plática era siempre bienvenida, pues la enriquecìan y aportaban más anécdotas y datos nuevos.
Al salir de aquella oscura peluquería y enfrentarme a la tenue luz naranja del alumbrado público, lo hacía satisfecho y con aires de soñador. Imaginaba a aquellos de los que se había hablado y esbozaba su colorido aspecto, pero más que nada, me retiraba con la leve sospecha de que el mismo Ramón Aguilar y un servidor, formábamos parte de las filas de aquella fauna pueblerina y que, seguramente en algun punto de Teziutlàn
donde se llevara a cabo una reunión de amigos, nosotros seríamos tambièn el tema central de algùn chisme o charla sobre personajes populares del pueblo.
Fuente: Memoria Popular
Fotografías: Colección personal.
Muchas gracias por leer esta: Historia que La Niebla se llevó. Hasta la próxima.