´´El centro de Teziutlán está lleno de fantasmas´´, solía decir mi abuela cada vez que pasábamos frente a las ruinas de la Casa Cervantes, lúgubre caserón enclavado en las esquinas de Lerdo e Hidalgo y cuyos oscuros interiores se dejaban entrever a travès de sus puertas y ventanas herrumbrosas. Como muchas otras viviendas y edificios de La Perla de la Sierra, estas cuarterías abandonadas son ahora hogar de sabandijas y gatos sarnosos , infelices espectros que espantan entre la basura y tejas derruidas de sus escombros, edificios cuyas cornisas se desmoronan sobre las calles causando víctimas mortales en días de viento.
Ya a principios de la década de mil novecientos noventa la Casa Cervantes mostraba ese aire melancólico de dejadez y resignación por el paso del tiempo. Otrora importante tienda de abarrotes en la región, de su esplendor y vida nada quedaba ya, salvo dos ancianas hermanas privadas de la vista que habitaban en una de las recámaras del piso de arriba. ´´¿Quiénes son?´´, preguntaba yo a mi abuela, ´´Las señoritas Cervantes, maestras; esa casa esconde muchos secretos´´, me respondía. En aquélla época vivía yo casi enfrente de ellas; por las noches, me inquietaba sobremanera el hecho de ver una luz encendida en una de las habitaciones superiores con balcón. ¿Quién o quiénes veían por ellas, si se supone estaban ciegas? En mi afán por saber más, decidí un día penetrar en la casa, por la puerta principal sobre la calle Lerdo. El enorme zaguán naranja permanecía la mayor parte del día abierto. Me asombré apenas traspasar el umbral: a mi derecha, unas escaleras conducían a la planta alta; continuando de frente, se ofreció ante mí un patio sombrío, con crecientes señales de abandono, pues la maleza prácticamente lo había devorado todo. Ya en el patio, abriéndome paso en esa maraña y con el corazón latiendo a mil por la aventura, tuve la sensación de ser observado. Enseguida, unos sonidos guturales me hicieron girar la cabeza y fue cuando lo vi. Un hombre alto, flaco, calvo, vestido con un cotón nauseabundo y que empuñaba un bolillo duro en la mano, comenzó a correr hacia mí gesticulando de manera grotesca y haciendo ademanes con los brazos, como si de escarbar se tratase. Obvio salí de ahí como alma que lleva el diablo y jamás volví a acercarme siquiera a la entrada. Al contar mi suceso a vecinos y amigos, descubrí que no fue un fantasma lo que vi, sino a un hombre de carne y hueso que vivía recluido en uno de los cuartos de la planta baja y, según me enteré después, era uno de esos personajes populares del pueblo, inofensivo pero temido entre la población infantil que en aquélla época hacían sus correrías por las calles y barrios teziutecos, sin peligro y sin tanto tráfico. Le decían ´´El Coco´´, y no era para menos. Se le veía constantemente vagar sin rumbo, siempre ataviado en un eterno cotón, y su alta figura y rostro afilado recordaban mucho a la imagen de un vampiro.
Se llamaba Jorge y su historia misma era uno de los muchos secretos sepultados de aquella mansión que ya poca gente recordaba. Se decía que fue fruto de la uniòn de una de las ´´señoritas´´ con un primo suyo y que a causa de eso el niño había nacido mal de sus facultades mentales; otros aseguraban que era hermano de las Cervantes y que naciò enfermo debido a que su madre lo había procreado ya en edad avanzada. Sea lo que fuere, era un ser que evidentemente sufrió a lo largo de su vida. Dormía en un cuartucho destartalado de la planta baja, situado junto a una panadería, y por las noches de luna llena la calle entera se estremecía al escuchar sus aullidos lastimeros y sus gritos ininteligibles. Comía los mendrugos que encontraba en la calle y caminaba rápido y agachado, dejando al descubierto una enorme giba que asomaba grotescamente de su espalda. Volteaba de cuando en cuando, como si se sintiese perseguido, acosado, mordisqueando su pan duro y balbuceando sólo Dios sabe qué cosas.
Contaban los vecinos que un sacerdote se hacía cargo de la manutención de ellas, que eran sus tías, y de él, pero que vivía en Oaxaca y sus visitas eran cada vez menos frecuentes, haciéndolas sentir abandonadas, olvidadas.
¿Cómo fue posible que ´´El Coco´´ viviera muchos años? Su edad era incalculable pero seguro frisaba los 70 cuando murió de manera sorpresiva. Se cuenta que su cuerpo, ya en avanzado estado de descomposición y semidevorado por las ratas, fue encontrado tumbado en el oxidado camastro de hierro donde solìa dormir por otro inquilino de aquella morada, Román, cariñosamente apodado ´´El Chita´´.
Hoy en día sus tristes muros guardan sus recuerdos de lo que alguna vez, fuera parte importante en la vida de muchas personas. Las clases de las maestras Cervantes, la tienda de abarrotes donde se vendían refrescos preparados a receta, las incontables tertulias y reuniones que se desarrollaron dentro de sus amplias habitaciones. Todos esos bellos recuerdos que persisten en las personas aún vivas y que esperan una oportunidad para volver a contar su ínfimo roce con aquellos que han partido. Dedicamos estas letras a todos ellos. Las viejas casonas del centro de Teziutlán, están llenas de fantasmas.
Fuente: Familia Cervantes; Historias de quienes los conocieron. – Braulio Daza «Los Cervantes», Monografía basada en relatos.
Fotos: Google, Colección privada.
Muchas gracias por leer esta Historia que la Niebla se llevó.
Queremos agradecer infinitamente a personas que han aportado material fotográfico del Teziutlán de antaño. De igual manera agradecemos a quienes donan una pequeña cantidad para que este proyecto de Teziutlán Desconocido sea una realidad. Hasta la próxima.
Me gusto mucho la historia, la narración etc, siempre me preguntaba si habrá sido de esa casa cuando me subía a la combi me quedaba viendola
Mi primer recinto educativo entre los años 1978 y 1979. Recuerdo que las maestras Cervantes nos daban dulce y nos entretenían con su pequeña televisión. Nos enseñaban formas y colores y las primeras letras. Ibamos muy contentos por llevar nuestra primera libreta mi hermano un año más pequeño y yo a esta escuelita. Pero al llegar nos daba miedo por lo obscuro que se veía el lugar y al entrar al cuarto o salón que fungía ser. Aparecía en el fodo ese personaje del cotón, Muy alto y con esos ruidos pasando de un lado al otro. Al oírlo en automático varios de nuestro compañeros a llorar sin parar hasta que nos quedabamos dormidos, y esperar a nuestra mamis para que nos llevarán a salvó a nuestras casas. Que hermoso recuerdo de mis primeros días de clases. Una oración por la familia Cervantes. Y un gran agradecimiento por su labor docente. GRACIAS