El conocido refrán “arrieros somos y en el camino andamos” es tan popular en España y en América Latina que ha sido llevado a la música y a algunos géneros literarios y en esta ocasión a la disciplina histórica para dar título a este escrito. El arriero, figura de la cual deseo compartir con el lector, algunos aspectos de su importante labor en el pasado. Con la llegada de los españoles a tierras americanas las mercancías se empezaron a trasladar a lomo de mulas a cargo de los arrieros; incluso, a finales del siglo XIX con la introducción del ferrocarril, la arriería conservó importancia, ya que los derroteros de los arrieros se conectaron con las estaciones ferroviarias para distribuir las mercancías hacia los lugares donde el “caballo de acero” no podía llegar; asimismo, para llevar hasta los trenes de carga los productos del campo y la minería, los cuales eran trasladados a diversos lugares del país y fuera de él.
Los arrieros tenían fama de ser personas honradas y valientes, gozaron de aprecio y buena reputación; dichas cualidades eran importantes para que se les confiara el traslado de mercancías, que frecuentemente defendían arriesgando su propia vida enfrentándose a bandoleros e indios insumisos. Otros peligros eran los accidentes provocados por la fragosidad de los caminos, los ríos
desbordados, entre otros factores que hacía necesaria la ayuda mutua entre los viajantes.
En las carreras largas, la arriería requería de una división del trabajo bastante especializada y organizada. Al frente de los hatajos se encontraba el mayordomo, responsable directo de la recuas y las mercancías, quien además
asignaba las tareas al resto de los arrieros y se ocupaba de los trámites administrativos. Al propietario de los animales se denominaba dueño de recua y en ocasiones podía fungir como mayordomo. El encargado de cuidar que las
mulas no se dispersaran recibía el nombre de hatajador, el sabanero se ocupaba de que las mulas se alimentaran en los pastizales o sabanas, el aviador era el encargado de cargarlas y descargarlas. El número de arrieros dependía de la cantidad de hatajos de que estaba integrada la recua.
Los arrieros eran personajes del entorno rural que con sus mulas cargaban productos del campo y diversas mercancías para comercializarlas en otro lugar, establecieron rutas naturales y directas de ingreso hacia diversas poblaciones. Debido a esto la arriería fue un agente económico y social importante para el siglo XIX, que contribuyó colateralmente con otras actividades, como la construcción de los mesones, lugares donde pernoctaban los arrieros, quienes contaban ahí con un cuarto para descansar y un corral para dejar a sus bestias. La palabra arriería se deriva del vocablo arría, que significa recua o conjunto de animales destinados al transporte de mercaderías; esta voz proviene a su vez, de la interjección ¡arre!, que se empleaba para avivar el paso de las bestias.
He aquí un pasaje de estos importantes personajes para el desarrollo en la región:
En Teziutlán y la región norte del Estado, existió una vez un gran auge en el comercio de frutos. Se producían las siguientes frutas y tubérculos: pera, manzana, ciruela, aguacate, durazno, nuez, castañas, capulín, papa, erizo (chayote) y berenjena.
Se transportaban a la Ciudad de México, para ello se utilizaba una recua de mulas. Los productos de la serranía eran bastante bien cotizados en la capital, así que se preparaban grandes cargas y se organizaba un viaje de entrega de estos con un itinerario bastante ajustado. La ruta no era siempre la misma, a veces tenían que sortear cerros o barrancos para poder hacer el menor tiempo posible. Los puntos de descanso eran más o menos los siguientes:
De Teziutlán a Zaragoza de 7 a 10 horas, descanso obligatorio en «El Mesón» Al día siguiente hacia San Juan de los Llanos (Oriental) 10 horas aproximadamente. De Oriental hacia Acajete 15 horas con breves descansos. En Acajete reabastecíamos lo necesario y emprendíamos la ruta más pesada hacia Ciudad Sahagún, Hidalgo, con más de un día de camino. Ahí pernoctábamos y al día siguiente perfilábamos hacía la Ciudad de México donde nos quedaba un viaje de 16 horas que bien lo podíamos partir en dos. Contando buen tiempo y buenas condiciones de los caminos podían ser de 4 a 5 días para llegar «a tiempo» antes de las frutas madurasen y hubieran pérdidas. El viaje debía ser redondo, por lo que se buscaban artículos que no se encontrasen en los pueblos o a veces los mismo dueños de tiendas comerciales de la Perla de la Sierra, encargaban sus productos «bajo demanda».
A la llegada del automóvil y los camiones de carga, hubo un gran desarrollo. Los arrieros sobrevivieron al inicio del siglo XX. Sus viajes fueron cada vez más cortos, ya no se contrataban a arrieros para transportar mercancías, ahora los autobuses y camiones de carga hacían el resto. Los dueños que tenían grandes recuas dieron el salto a la nueva tecnología. Se redujeron los tiempos de entrega y cada vez se prescindió más de ellos.
Los dueños de 2 o 3 mulitas, aún continuaron haciendo «viajes locales» para obtener así el sustento. En Teziutlán, por increíble que parezca, hasta finales de la época de los ’80 se podía ver a «pequeños arrieros» llevando su mercancía al Mercado Victoria y Plaza Juárez.
Hoy en día nadie se acuerda de ellos, tal vez si supieran la importancia que desempeñaron en su momento, otra historia sería.
Fuente: EL ARRIERO Y SU IMPORTANTE LABOR EN LA ÉPOCA COLONIAL Y EL SIGLO XIX.>INAH, México, 1995.
Imagen: Calle Principal Zaragoza, Puebla. Ca. 1930
Muchas gracias por leer esta Historia que la Niebla se Llevó
Hasta la Próxima.