A finales del Siglo XIX la educaciòn en el paìs era pràcticamente acaparada por la religiòn, y eran comùnes en aquella època los Colegios regidos por monjas y sacerdotes para impartir clases de Historia, Geografìa, Aritmètica…siempre con toques y tintes de caràcter religioso y buenos modales. El Liceo Teziuteco fue la primera instituciòn particular y laica en la regiòn a la que asistìan los hijos de familias adineradas y no tan acomodadas de Teziutlàn, como los Àvila Camacho, para recibir sus primeras letras, tal y como se relata en el libro »Vivir de pie. Los tiempos de don Maximino», en donde se lee:»Los altibajos que la familia Àvila Camacho enfrentaba en su economìa no fueron obstàculo para que Manuel y Maximino accedieran a la educaciòn primaria en el Liceo Teziuteco, que era la escuela de mayor prestigio en la zona, tanto por su educaciòn innovadora como por estar dirigida por un francès: Antonio Audirac. Con todo y estas caracterìsticas, el Liceo no era elitista, pues asì como asistìan a sus aulas los hijos de los ricos de la regiòn, tambièn podìan asistir los hijos de familias de escasos recursos, como era el caso de los Àvila Camacho, quienes se ampararon en el derecho a la educaciòn primaria gratuita». El Liceo Teziuteco no fue fundado por el profesor Antonio Audirac sino por su hermano, Eduardo Audirac, a quien se le debe la iniciaciòn de la Reforma Escolar en Mèxico. Asimismo, fue el fundador de la primera Escuela Normal en Jalapa, en el viejo ex-convento de San Ignacio, cedido para tal cosa por el Gobernador del Estado de Veracruz. Eduardo Audirac estuvo tentado a ocupar ciertos puestos en la polìtica pero los rechazò y para esto, decidiò probar fortuna en otros sitios…y asì llegò a Teziutlàn, donde fundò El Liceo Teziuteco. Despuès de un tiempo, Eduardo Audirac recibiò proposiciones ventajosas para trasladarse a la Ciudad de Mèxico e invitò a su hermano Antonio para que se hiciese cargo del recièn establecido plantel en Teziutlàn. Para tener una clara idea de còmo sucediò, Augusto Audirac, hijo y biògrafo del profesor Antonio Audirac, describe asì la llegada de su padre al Liceo Teziuteco en su libro titulado Historia de un Colegio:»…y un dìa, sin grandes bagajes y con escasas esperanzas, el joven maestro se despidiò de su tierra natal, Jalapa, y se encaminò a la pequeña y brumosa ciudad serrana donde habrìa de pasar toda su vida, habrìa de formar una familia y ser el educador de varias generaciones. Su austeridad, su cultura, su educaciòn, le dieron, màs que otra cosa, la estimaciòn general, y pronto el Liceo Teziuteco se convirtiò en el plantel educativo preferido en muchas leguas a la distancia. Llegaban los alumnos de Zacapoaxtla, de Tetela de Ocampo, de Tlapacoyan, de Martìnez de la Torre, de Papantla, Misantla, San Rafael, Jicaltepec, y las mismas familias de Teziutlàn, al enviar a sus hijos al Colegio de don Antonio, hacìan fracasar los intentos educacionales de quienes pensaban (sin que se sepa por què), que la educaciòn catòlica tenìa que contrarrestar la liberal que impartìa el profesor Audirac en su escuela. Asi, se fundaron los Colegios del Padre Ortega y del Padre Tèllez y otros màs que solo duraron mientras durò la novedad. El Liceo Teziuteco estaba demasiado arraigado, sus cimientos eran demasiado firmes para que pudieran conmoverlo siquiera las habladurìas y las malas intenciones. En el Liceo Teziuteco el maestro enseñaba y educaba; los alumnos aprendìan y se hacìan hombres ùtiles». Està por demàs decir que este Colegio fue la cuna del conocimiento de hombres que, a la postre, hicieron Historia, como los hermanos Àvila Camacho, Vicente Lombardo Toledano, Ernesto Bello Martìnez, Luis Bello Hidalgo…entre otros. El ya mencionado libro Historia de un Colegio, publicado en 1949, nos ofrece un panorama amplìsimo de lo que significò para los teziutecos esta instituciòn del saber. Nos dice tambièn su ubicaciòn: »Ocupò el Liceo Teziuteco diversas casas en la ciudad de Teziutlàn, pues a medida que pasaba el tiempo y aumentaban los alumnos, sobre todo los del internado, era necesario buscar locales màs amplios y mejor acondicionados hasta que lo encontramos, por ùltimo, en la calle Zaragoza, en un edificio nuevo, bastante bien construido en el sitio que ocupò muchos años antes un hospital, precisamente frente a un caseròn de dos pisos donde tambièn estuvo el Colegio y era designado en Teziutlàn con el nombre de ‘La Casa Dorada’. Y continùa el citado libro:»En la contraesquina del Colegio habìa un pequeño tendajòn propiedad de una anciana, doña Josefa Saavedra, donde obtenìamos toda clase de golosinas. Desde allì se contemplaban, recortàndose en la lejanìa, las viejas y hermosas torres de la iglesia del Cementerio y, siguiendo por la misma calle de Zaragoza, se encaminaba al paseante al bello Santuario del Carmen, donde don Antonio Audirac celebrò su matrimonio…
Fuente: – Vivir de pie. Los Tiempos de Don Maximino, Rodrigo Fernàndez Chedraui; Arturo Olmedo Dìaz.- Historia de un Colegio, Augusto Audirac.
Muchas Gracias por leernos.
Hasta la Siguiente: Historia que la Niebla se Llevó.