Esta historia se desarrolla en el Teziutlán de finales del siglo XIX. Se desconoce exactamente el lugar, pero las narraciones cuentan que era por Teziutanapa (los terrenos detrás del Panteón Municipal, no confundir con Teziutanapan del Municipio de Tlatlauquitepec)
Don Bernabé salía todos los día de su humilde vivienda desde muy temprano. Fabricaba utensilios de madera para la cocina, elaboraba escobetas de raíz, palitas, cucharones y batidores, entre otros artículos. Se dirigía rumbo a la Plaza Principal (Parque), pasando casa por casa anunciando su mercancía. Los días de tianguis (calles Allende y Cuauhtémoc) ocupaba un pequeño espacio donde era más cómodo recibir a clientes que gustaban de sus productos. Siempre con una sonrisa, atendía a la cliente más desconfiada, haciendo hicapié en la calidad de elaboración y rendimiento de la pieza.
-¿Y este escobetón a cómo?
-25 centavos su «merce»
-¡Está muy caro!…¿20?
-Lléveselo su «merce»
Muchas veces debía reducir sus ganacias con tal de tener el sustento del día. Eran jornadas largas y tediosas, estando a la inclemencia del clima teziuteco de aquel entonces. Muchas gentes de Tierra Caliente, decían: «Si vas a Teziutlán, de su clima no debes confiar». Esto nos decía que aunque en la mañana estuviera totalmente despejado, cielo azul, sin nubes y excelente sol, por la tarde, vientos, brisas y «suradas» eran el pan de cada día a inicios de marzo hasta agosto.
Don Bernabé ya sabía como era todo esto. Envolvía todo con hojas de platanera y lo metía todo a su costal de yute, esperaba a que el temporal pasase y emprendía de regreso su camino hacia su hogar.
Don Bernabé vivía solo, había quedado viudo hace casi un lustro. Por lo que estaba acostumbrado a la soledad. Su vida había sido agitada de joven, muy inquieto y con actitud servil, había sido formado en el campo, sabía cuando sembrar maíz, frijol, papa, etc. Sabía tallar madera, sacar raíz para escobetas, elaborar estropajos, ¡vaya! qué no sabía hacer Don Berna.
Cierta tarde de noviembre, de aquellas cuando la bruma envuelve a la ciudad como un manto de nube y la visión decae a escasos 15 metros. Don Berna, se dirigía a su casa como en otras ocasiones, cuando a pocos metros de su vivienda se encotraba, herido de una patita; un perro. Al principio Don Berna no reparó en el, siempre había pasado por ahí encontrándose con animales, tanto salvajes como de granja, así que un perro echado era común verlo. Al pasar junto a el por la empedrada calle, el perro empezó a gemir y jadear de manera abrupta. Eso no era normal para Don Berna, y se acercó para investigar que ocurría. El perro no se molestó cuando el viejo se aproximó a el y dejó que este lo examinase. -¡Pobrecito! ¡Qué te sucedió? La pata estaba herida a causa de una mordedura, posiblemente el enfrentamiento con otro perro o quizá un zorro, lo que había hecho que este huyése y exhausto se dejo caer en el lugar que lo encontró.
Don Berna le hablabla al perro; ¿Y ahora como te curo? Estás muy pesado para llevarte a mi jacal. El perro se relajó, el cansancio y el dolor de la herida lo había dejado sin fuerzas. -¡Ta’ bien! ¡Pérame aquí! – Emprendió a paso apresurado hacia su vivienda a escasos 50 metros. Al entrar vació el costal de yute encima de su catre, tomó unos mecates los unió y salió disparado en dirección hacía el indefenso ser que lo había visto marcharse con anhelantes ojos.
Al llegar con este, movió la cola en gusto por volver a ver a aquel hombre que estaba dispuesto a ayudarlo. Don Berna llegó y con el costal de yute y los mecates, había elaborado una especia de fular. Con cuidado metió al animal en la cavidad del yute y pasó un mecate por su hombro en dirección al estómago, después la otra punta la tomó por su cadera y unió ambos mecates, El canino sabía que lo estaba rescatando, no hizo movimiento brusco, se dejo llevar y con un salto, Don Berna se pusó de pie y pudo cargar a nuestro herido amigo.
Al llegar a su vivienda, Don Berna empezó a curar a su nuevo huésped. Lo alimentó y se mantuvo cerca para llevarle agua al hocico y que se pudiera hidratar después de tan dolorosa experiencia. La sabiduría de Don Berna para curar heridas también era amplia, y colocando algunas hierbas y fomentos, pudo curar al animal, si que este hiciera el menor movimiento de ataque hacia aquel ser humano, que había dado todo de sí por rescatarlo y ayudarlo.
Pasaron 3 días y por fin, nuestro peludo amigo se reponía satisfactoriamente. Don Berna llegó como todos los días, lo encontró sentado en la puerta esperando su regreso. -¿Cómo te encuentras amiguito? – ¿Ya estás mejor, verdá? ¿Y ahora, como te voy a llamar? Ya tienes 3 días aquí, ¿Dónde esta tu casa? ¿Ya queres irte?
Don Berna abrió la puerta indicándole que era libre de irse, pero el animal no se movió ni un centímetro. ¡Vaya! no queres irte! ¡Ándale, a su casa! Le hizo ademanes para que se fuera, pero el perro se quedó inmóvil.
Fue entonces que aceptó cuidarlo. ¡A que chihuahuas! ¡Pus ya que! ¡Te quedas conmigo! Pero ¿cómo te llamaré?…¿cúal será tu nombre?
Años atrás, Don Bernabé había viajado a Veracruz en busca de oportunidades y aventura, allá veía como llegaban extranjeros a México, en aquélla época (cerca de 1880) llegaban europeos y árabes al país, la represión otomana en aquélla época, había desencadenado el éxodo de libaneses cristianos a México. Don Bernabé había conocido a un líbanes, que aunque hablando cierto español, le platicaba de sus andanzas por el mundo. Entre sus conversaciones había oído decir; mustafá en repetidas ocasiones. Le preguntaba Don Berna a su amigo, ¿mustafá? ¿qué es mustafá? El árabe trataba de explicarle en una mezcla de árabe y español, pero no obtuvo resultado.
Y en el momento de poner nombre a aquel perrito que había salvado, y decidir su nombre, le pusó…mustafá.
Mustafá demostro ser un perro muy fiel y con una inteligencia que sorprendía, no sólo a Don Berna, si no a todo mundo. En ocasiones se lo llevaba al tianguis donde se quedaba con el hasta el final de la jornada. Lo acompañaba a todos lados y nunca se separaba de él.
Pasaron los años y un crudo invierno del nuevo siglo, Don Berna cayó enfermo. Mucha fiebre y dolor eran antecedentes de una desgracia. Los pocos vecinos que se preocuparon por él, decían que al entrar a su jacalito siempre estaba, debajo de su catre, mustafá. Esperando, esperando siempre. La gente lo llamaba afuera, pero este no salía. Se quedaba las horas cuidando a su amo, a su salvador.
Finalmente Don Berna sucumbió ante la enfermedad; el diagnóstico fue claro: neumonía. Nada se pudo hacer. Y todo por salir a vender – decían sus vecinas. Todo por salir, le dijimos que se quedará, que un día o dos no era para tanto, y a ver ahora. Ahora nada se podía hacer. Le hicieron un pequeño velorio y se lo llevaron al panteón municipal. Pero no recibió un lugar digno de alguien que había sido buena persona. – No. Fue enterrado en fosa común. Sus vecinos decían que nadie venía a visitarlo. Tal vez no tenía familia. Don Berna nunca hablaba de ello, siempre evitaba el tema. Cuando encontró a mustafá, él decía que el perro era su familia, y claro que lo era. El cortejo partió hacia el panteón, y atrás de la procesión, iba en silencio y guardando su distancia…mustafá. La gente lo asustaba para que se fuera, le arrojaban piedras para que desistiera de su encomienda, pero no cambiaba de rumbo. Terminada la ceremonia del sepelio. Mustafá se quedó esperando hasta que nadie estuviera por allí, cauteloso se acercó a donde estaba depositado su amo y se echó ahí, esperando a que saliera y se fueran a vender la mercancía como todos los días. Ahí esperaba, tranquilo, inmutable al paso del clima.
La gente comenzó a conocer la noticia. -Oye, que mustafá esta echado al lado de la tumba de Don Berna…-¡Ah pobrecito! -¡Hay que llevarle de comer, seguro no ha comido en días!
La gente le llevaba de comer, y aceptaba el bocado, pero no el retirarse de ahí. Lo llamaban animadamente, querían lazarlo, pero huía, para al poco tiempo escabullirse hacia la tumba de su amo.
Se dice que una mañana, el cuidador del panteón encontró a mustafá inmóvil. El viento movía su pelambre ya viejo. El cuidador musitó; -Descansa tu también amigo, ya estás con Don Berna, tu amo…Acto seguído, comenzó a cavar, allí cerca, rápidamente para que no lo vieran. Allí guardó el cuerpo de mustafá, junto a su amo. Ni la gente, ni las autoridades se dieron cuenta. La gente de la zona preguntó por mustafá cuando le llevaban comida. El cuidador se limitaba a decir: No lo sé, quizás se retiró a morir a otro lugar. Más se volteaba y miraba discretamente al cielo; discúlpame Dios mío…si ellos supieran…
NOTA: Mustafá en la cultura árabe significa «El elegido»
Muchas gracias por leer esta Historia que la niebla se llevó. La veracidad de esta historia, en general o en partes esta sujeta a la tradición oral, el relato sobrevivió hasta nuestros días de boca en boca.
Hasta la próxima.