Primera parte.
Entre las numerosas leyendas teziutecas que existen hay una en especial que atrae por su misticismo, nostalgia y posiblemente ese toque romàntico que se nos antoja por demàs novelesco. Es la leyenda de Gonzalo Tejeda, un famoso bandolero de finales del siglo XIX que hizo temblar a ricos y hacendados no sòlo de Teziutlàn sino tambièn de Perote, Altotonga, Atzàlan, Tlatlauquitepec e incluso Papantla, Veracruz. Su existencia puede rastrearse gracias a los registros parroquiales de Jalacingo, su tierra natal, el acta de defunciòn hallada en el Registro Civil de Teziutlàn pero, sobre todo, por los numerosos testimonios orales y escritos que nos han sido legados y conservados hasta la fecha. En esta primera parte se nos da un esbozo de su personalidad y una de las versiones ``aceptadas`` de la manera en que fue ultimado. Acompàñenos.
Gonzalo Tejeda. La sola mención de este nombre causaba temor y curiosidad entre la población teziuteca de finales del Siglo XIX. ¿La causa? Tejeda se había ganado merecida fama de bandido en la región y la autoridad municipal había puesto precio a su cabeza. Sus fechorías se contaban como verdaderas hazañas entre los parroquianos que acostumbraban frecuentar los tendajones donde se expendían toronjiles y yolixpas para acicatearse y enfrentar al frío serrano. Los ricos y hacendados se confrontaban con el Jefe Político de Teziutlán, Don Manuel Hidalgo Hinojar, para presionarlo a que le diese presteza a su captura. Las Fuerzas Rurales patrullaban a caballo los tramos y caminos vecinales que conectaban con las diversas poblaciones aledañas a La Perla de la Sierra con el fin de cercarlo y darle caza. Pero todo era inútil. El bandido de marras desaparecía siempre a última hora a través de barrancas y despeñaderos donde nadie, en su sano juicio, solía aventurarse. ¿Quién era este bandolero que enamoraba mujeres, despojaba de su dinero a los ricos y lo repartía después entre los menesterosos?
Su origen no era ningún misterio. Se sabía que provenía de una acaudalada familia de Xalacingo, Veracruz, y que sus hermanos eran caballeros a carta cabal. Sus hermanas eran reconocidas damas de sociedad, siempre emperifolladas y muy educadas. Incluso uno de sus hermanos, el mayor, era cura de la parroquia de Xalacingo. Entonces, ¿a qué se debió el comportamiento de Gonzalo? ¿Por qué escogió esa vida azarosa, llena de peligros y enemistades? Tal vez la explicación se encuentre sumergida en las amarillentas páginas del diario donde mi bisabuela plasmó sus Memorias, y que un día hallé dentro de un antiguo y carcomido ropero negro que, desde la muerte de ella en 1970, se había mantenido celosamente cerrado hasta que, veintisiete años después, con el fallecimiento de su última hija, fue abierto. Para mi asombro, encontré allí un tesoro invaluable de fotografías, recortes de periódicos, libros y, por supuesto, su diario personal. Era una pequeña pero gruesa libreta con tapas de piel desgastada por el paso del tiempo. Sus hojas aún emitían ese crujido especial que solo pueden brindar los libros encuadernados y cosidos a mano con hilo de caña. En la primera página, escrito con primorosa letra, estampó ella el modesto título: ''Yo, Clotilde Valera. Mis Memorias''. Me envolví en su lectura y al momento quedé enganchado en sus historias. Ella, al haber nacido en 1880, le tocó vivir la transición entre los dos siglos. Con respecto a Gonzalo Tejeda, transcribo a continuación parte de sus Memorias:
''...En aquel lejano 1895, mi padre y yo nos habíamos trasladado de Teteles a Teziutlán y habitábamos un enorme caseròn que la gente llamaba La Casa Dorada, muy cerca del Cementerio y de la iglesia de El Carmen. Una tarde recibimos la visita de un hombre en la casa. Era el sereno, persona encargada de velar y vigilar las calles del pueblo por las noches. Dijo que por nada del mundo se nos ocurriera salir pasado de las nueve, pues era probable que esa noche Gonzalo Tejeda recorriera el pueblo en busca de alguna víctima para robarle y que la Gendarmería se preparaba para apresarle. Cuando el sereno se retiró, mi curiosidad de adolescente me obligó a preguntarle a mi padre sobre el bandolero misterioso, y me respondió que era un facineroso que se dedicaba a asaltar diligencias y haciendas, los despojaba de sus cosas de valor, las vendía y las ganancias las repartía entre los pobres; que era joven y tenía también fama de mujeriego, que no pasaba de los 35 de edad y que robaba como forma de protesta en contra de la clase alta explotadora del débil y del pobre...
Al tercer día, se escuchó convocar a la gente a reunirse en el atrio del pueblo: se había logrado capturar a Gonzalo Tejeda y se le había dado muerte en el Barrio de Texcal (hoy barrio del Fresnillo, sic.), después de haber sostenido un brutal encuentro a balazos con las Fuerzas Rurales. Todo Teziutlán acudió para presenciar la exhibición de su cadáver, que fue presentado colgado de un poste y convertido en jirones, pues había sido amarrado y arrastrado por dos caballos desde Ahuateno hasta la parroquia de Teziutlàn, y así convertir el cuerpo del bandido en una masa informe de carne, músculos y sangre. El difunto permaneció colgado ahí por espacio de varios días, para escarnio. Ya no se aguantaba la peste...''
Esta historia quedó grabada por muchos años en la memoria de los teziutecos. La vox populi se negaba a olvidarlo, haciéndolo protagonista de relatos de fantasmas que se contaban a la luz de las velas y que hablaban sobre una extraña silueta de un jinete solitario que cabalgaba a paso lento por las empedradas calles del pueblo, especialmente en noches nubladas y con llovizna, a altas horas de la madrugada. La gente que escuchaba el pavoroso trote solía santiguarse al tiempo que pronunciaban ''ahí va Gonzalo Tejeda a buscar ricos para robarles''. Hubo valientes que se atrevieron a descorrer la cortina de su ventana para tratar de vislumbrar al espectro. Inútil. El relincho sobrenatural de un caballo a la distancia indicaba que el vaporoso bandido ya andaba lejos.
Fue tanta la fascinación que Tejeda despertó en la población teziuteca, que durante mucho tiempo se relataron sus hazañas y se cantaron sus corridos en las cantinas, mismos que el tiempo se tragó y de los cuales solo se logró rescatar un pequeño fragmento:
''Oriundo de tierras de calores y fríos, llegó Gonzalo a arremeter con bríos.
De ricos, casas y haciendas saqueó y merecida fama de malo ganó. Pronto, a su cabeza, precio se colocó.
En Teziutlán los Rurales lo acechaban, mas no sabían al astuto que se enfrentaban, pues usaba montes y barrancas para desaparecer en medio de la nada...''