Muñecos de Niebla:
Una Pareja Envidiable.
Chaparritos como tachuelas, el talle en desproporciòn con las piernas cortas y el cabello entrecano y rizado; se parecìan como dos gotas de agua. Sanos y vigorosos a pesar de sus setenta años, don Pascualito y ''La Cuartillita'' formaban una pareja envidiable al decir de todos. El apodo le sentaba a doña Chucha como anillo al dedo; pequeñita y redonda, semejante a las antiguas monedas conocidas con ese nombre, habìa dado algunas vueltas por el mundo hasta caer, quièn sabe còmo ni cuàndo, en brazos de don Pascual. Los años y la tranquila vida de Teziutlàn habìa apaciguado un tanto a la Cuartillita; pero aùn quedaba en el recuerdo de algunos la imagen de la brava mujer que echaba tiros al aire, montando como hombre y ''rayando'' el caballo al pararlo en seco frente a su casa. Ella gobernaba la vida de ambos, reinando en el taller como verdadera soberana. Levantados desde el alba, el viejo cepillaba tabla tras tabla, en tanto que la Cuartilla rodaba de un lado a otro, vigilando todo con sus ojos brillantes y brincones como pulgas al sol. ¡Pobre doña Chucha! Era cuanto le quedaba de aquella valentìa con que hacìa frente hasta al ''Pinto de La Paloma''. Don Pascualito era de pocas palabras. Malhumorado y ceñudo, jamàs despegaba los labios como no fuera para lo màs indispensable. Un nimbo de bestia prehistòrica, mezclado con el olor de la cola fundida, lo rodeaba como una aureola majestuosa. Pero aunque toda su persona no fuera muy aseada y lo que se llama una estampa, en su trabajo nadie podìa criticarlo. Sillas remendadas a conciencia, patas de mesa puestas en su lugar...todo lo dejaba limpio y pulido como su vida misma; porque don Pascual era hombre de bien, eso por sabido se tenìa. La moral del carpintero estaba fuera de cualquier sospecha. Jamàs toleraba la menor maledicencia, y cuando las comadres chismorreaban en presencia suya, don Pascualito dejaba por un momento el cepillo o la cola y...¡A callar, viejas enredosas! Les soltaba en plena cara.
¡Ah, eso sì que no! A èl no le andaban con cuentos; las cosas bien hechas, como Dios manda.
Servìa de testigo en las bodas, en los testamentos, en todo acto que estuviera en regla porque si no...¡Que no contaran con èl, faltaba màs!
Y asì vivìan en santa paz desde hacìa màs de cuarenta años, ayudàndose a soportar las cargas de la vida, como recomienda el Còdigo Civil. Pero como todo tiene un fin, hasta lo màs duradero, un dìa de niebla triste y lluvioso, corriò la inesperada noticia:
¡La Cuartilla està muy grave y don Pascual ya fue por el Viàtico!
La casita se llenò de gente y el ''tapanco'' donde la anciana se morìa era insuficiente para dar cabida a todo el vecindario. Se improvisò un altar, se encendieron velas y con gran recogimiento se esperò la llegada del sacerdote. Cuando èste, una vez cumplidos los oficios del momento, preguntò a la moribunda si algo tenìa que decir, ella, haciendo un gran esfuerzo tomò la mano de su compañero que a su lado, todo lloroso, la miraba:
-Quiero, padre, que en este momento nos una en matrimonio; no puedo presentarme ante Dios con este gran pecado.
Abriendo tamaños ojos, el cura, que ignoraba como todos estas relaciones, se dispuso presuroso a efectuar el sacramento que la anciana tan ansiosamente demandaba:
-Don Pascual, ¿està usted dispuesto a unirse en legìtimo matrimonio con la persona aquì presente?
El carpintero, limpiando sus làgrimas, con digno gesto respondiò:
-Ah, eso sì no, señor cura. ¡Yo no le doy mi mano a una mujer de la calle!
Cuando por la noche en el velorio, sentado en un rincòn, lloraba tristemente el viejo, los vecinos comentaban: Don Pascual no podìa hacer otra cosa siendo como es, un hombre tan recto. ¡Pobre doña Chucha, Dios la haya perdonado!
Marìa Lombardo de Caso, 1924.